SAN BERNARDO:
LA IDENTIDAD DEL PASADO
Por: Mario Celis V.
Es ya común escuchar que la
ciudad de San Bernardo tiene una identidad cultural propia. Pero ¿Cuál es esta
identidad? Por años, artistas y antiguos vecinos han profundizado una búsqueda
natural de elementos culturales en su origen y desarrollo histórico. Sin
embargo, desde la llegada de la democracia, surge en las autoridades locales, de
todas las tendencias gobernantes, un interés por levantar el tema cultural
sobre la idea base de una identidad local única.
Esta construcción ha ido definiéndose en las últimas décadas, hasta constituir un discurso que ha sido también adoptado por instituciones privadas, uniformadas, empresas e incluso organizaciones sociales.
Esta construcción ha ido definiéndose en las últimas décadas, hasta constituir un discurso que ha sido también adoptado por instituciones privadas, uniformadas, empresas e incluso organizaciones sociales.
El discurso es repetido una y otra vez, sin mayor
reflexión sobre su consistencia. Desmenuzaremos a continuación sus trasfondos y
como abordar con lucidez un tema tan etéreo como la identidad.
EL “PASADO DORADO” DE
SAN BERNARDO
El discurso de la identidad
sanbernardina que ha sido instalado, evoca y alaba hasta la saciedad, los
símbolos de una “era dorada” de San Bernardo. Esta era, en rigor, no
aparecería con sus primeros habitantes indígenas, ni con la presencia mapuche,
ni con la convivencia del imperio del Tahuantisuyo. Tampoco con el periodo
colonial ni la edificación de la villa en los albores de la independencia. Este
esplendor pertenecería al periodo republicano, obviando algunos episodios incomodos.
La historia oficial local, nos
cuenta datos vagos, de la vida local del siglo XIX, idealiza una llamada era de
oro intelectual a principios del siglo XX y luego da un salto hasta la segunda
mitad del mismo siglo, al desarrollismo del periodo republicano. Cuando en
torno a la creciente escolarización de la ciudad y la presencia Ferroviaria,
surgen otros talentos que también entran al panteón de los ilustres y alargan
la era. Del resto no sabemos casi nada, pero parece muy poco probable que no
existieran artistas y que estos no transitaran por los márgenes. Es obvio que
existió una fuerte cultura popular, que no fue, ni es, suficientemente
estudiada y considerada como patrimonio cultural de la ciudad.
Luego viene otro salto histórico:
los vertiginosos cambios y pugnas políticas del país de fines del siglo XX.
Mientras esto pasaba, San Bernardo era cuna del desarrollo de la investigación
y creación folclórica en los años 50 y 60 y 70. Su análisis y difusión es otra
deuda.
Del Chile de la Unidad Popular,
del golpe de estado, del periodo de dictadura, e incluso del periodo de transición
democrática, se evita toda referencia. La censura y las vicisitudes de los
trabajadores de la cultura durante el periodo militar, el regreso de los
centros culturales, la cultura poblacional, son aún enormes páginas en blanco.
Estos periodos ausentes, pueden
ser incorporados a la idea de una villa ideal, pero no son el centro de esta
idea de esplendor.
He aquí los imaginarios que
componen esta identidad única. Tres dimensiones de un mismo cuerpo:
El Imaginario Aristocrático: Es el recuerdo borroso e idealizado
del San Bernardo “señorial”, donde la aristocracia del siglo IXX, vacaciona y
comparte tertulias junto al piano. Convertida en lugar de veraneo, la villa de
construcción de adobe y tejuela, es decorada con nuevas casas patronales, que
ostentan baldosas, maderas nobles y estatuas. Sin embargo, la verdad es que
nunca hubo grandes palacios, y las pocas casas que llegaron en pie al siglo XX,
fueron también demolidas o mal conservadas.
La vida aristocrática termina
desvaneciéndose, el balneario de las familias pudientes se traslada a
Cartagena. Nuevas familias que no pertenecen a estas castas, hacen riqueza.
Inmigrantes árabes dedicados al comercio modernizan el centro. Españoles, alemanes,
italianos, participan de una nueva estructura social que toma forma y aporta a
la modernización de la ciudad.
El imaginario Rural: Aquella nostalgia que no acepta que el modelo
rural feneció, ni entiende porqué. Este
imaginario es también aristocrático, pues proviene de la aristocracia del
latifundio. Añora el aspecto rural del San Bernardo antiguo, pero desconoce los
cambios y su origen.
Como en todo Chile, la vida se
ordena en torno al fundo. Con migraciones de zonas agrícolas aumenta la
población. El modelo de vida campesino comienza a convivir con el modelo
industrial, transformando al pueblo
apacible, en una ciudad modernizada.
Tras el golpe del 73, la reforma
agraria es reducida a su mínima expresión, pero la vida en torno al fundo no
regresa. Los campos son entregados al modelo exportador. Parcelas de
monocultivo, plantas de procesamiento frutícola, frigoríficos, faenadoras de
pollo y cerdo, decoran ahora el entorno a la ciudad. La actividad agrícola de
grandes hacendados y pequeños parceleros, disminuye hasta casi desaparecer. Las
chacras se transforman en parcelas de agrado.
Allí ya no se plantan nuestras hortalizas, ni se cría el caballo alazán,
ni se canta con guitarra bajo el parrón. Las carretas repartidoras de leche, ya
no trotan por las calles, el agua ya no corre por las acequias. Ponchos, mantas
y espuelas ya no serán atuendo cotidiano, sino un ocasional disfraz.
El Imaginario ferroviario: Es la añoranza por el esplendor de
Maestranza Central. Hay un fuerte lazo entre dos o tres generaciones de obreros
y sus descendencias. Sin embargo de su último periodo no se habla. Sobre los
crímenes y estafas se guarda contenido silencio. El debate sobre el futuro de
sus galpones es postergado, bajo una memoria estancada en la añoranza y que no
se hace cargo de las causas de su final y abandono. Al promover una memoria con
mala memoria, menos podría construirse una voluntad para convertir estos
espacios en un bien útil de uso comunitario, con respeto a la memoria.
CULTURA
MUNICIPALIZADA
MUNICIPALIZADA
Al igual que la educación y la salud, la oficialidad local, administra la cultura en la lógica de la municipalización. Paralelo a las políticas del ministerio de cultura, se establece una agenda errática, al servicio de una avasalladora política de marketing de la gestión municipal. La planificación de políticas culturales es inexistente, menos aún la construcción de un proyecto cultural comunal.
El municipio, bajo administración UDI, ha redoblado esfuerzos para imponer ideas fuerza como “La Capital del folclore”, “Una comuna con abundante vida cultural”, “ciudad de poetas”, “capital ferroviaria”, “una comuna con todas sus tradiciones vivas”, “ la recuperación del 18 chico y la fiesta de la primavera”, “Aquí el folclore se vive todo el año”, etc. Slogans que a la vista de gente de otras comunas suenan algo exageradas, chauvinistas, poco realistas, con vago sustento histórico o científico. Pero lo más evidente es que en su mayoría se trata de puestas en escena, recreaciones, muy poca cultura viva, libre, creada o gestionada por la gente.
Para esto se despliegan grandes recursos, toda la tecnología, publicidad y marketing hoy disponible. La identidad cultural irrumpe con enormes parlantes. Nadie puede negar que aquí se respira cultura.
La cultura oficial no cree en
cultura hecha por la gente común, pues la cultura, o la “alta cultura” es solo
lo que hicieron otros en el pasado, aristócratas, gente excepcional del siglo
XIX.
Como un gran porcentaje de las
familias sanbernardinas, no vivió este “pasado de oro”, se encontraría, según
esta mirada, en una carencia cultural e identitaria. De ahí la idea de difundir
rescatar y revivir esta cultura del pasado.
Tras una noble intención, un
enfoque discriminador. Estos habitantes, sin al menos un pariente lejano
ilustre, o ferroviario, no tendrían cultura propia. Al convertirse en
sanbernardinos deberían adoptar esta identidad y negar cualquier cultura que
les pudiera pertenecer por herencia de su origen, o cualquier construcción identitaria como pobladores
de villas o como habitantes del siglo XXI, en una ciudad en expansión.

Un estandarizado folclore se
ensalza por sobre otras expresiones y también se entrega gratuitamente en formatos masivos, en serie, repetitivos,
controlados.
Para quienes si pueden acceder,
hay una oferta de eventos reducidos, para la afición musical o literaria
local. Allí puede encontrarse algo de
arte. Pero principalmente se fomenta un arte que preserve tradiciones, que
contemple, que añore, que no cuestione, un arte servicial, un arte “positivo”,
“que muestre lo bueno y no lo malo”, como afirma la autoridad.
Se recuerda el pasado, pero solo
cierto pasado. Se desconocen las últimas décadas como décadas de valor
cultural. Se da vuelta sobre los mismos temas, los mismos nombres. El eterno
homenaje y las efemérides obstruyen la expresión artística. La mirada
contemporánea brilla por su ausencia. Se le llama “alta cultura”, pero se
mantiene a kilómetros de distancia del quehacer cultural y del arte profesional
hoy en Chile.
Sabemos que el arte, si para algo
sirve, es para para hacernos preguntas y esto no es posible con un arte que
anula cuestionamientos e impone respuestas únicas.
Pero esta adaptación del arte
para otros fines, es una constante de toda época y gobernante. Supongamos que
no podemos cambiarla. Aun así, podemos poner atención en un punto más abordable
en nuestra cotidianeidad local y que nos es propio: La identidad cultural.
Como la identidad cultural de la
ciudad se supone ya existe, casi nadie se atreve a cuestionarla o pensar que
nuestra ciudad pudiera tener otras identidades, o bien no tener identidad
propia. Las obras o iniciativas que apuntan a crear una identidad local de
época con otros códigos, o aquellas que osan abordar temas de la sociedad del
siglo XXI, no parecen tener aún un espacio en nuestra conservadora comuna.
Pero el problema no es el pasado,
cuyo conocimiento resulta sumamente interesante, sino la utilización de este.
La instalación de este imaginario de memoria e
identidad cultural totalizante como el único posible.
Se trata de crear la fantasía de
que la historia, está siendo recuperada, o que
modelos culturales extintos siguen aún vivos. Por lo que sabemos, esta cultura no vive hoy,
es de otra dimensión. Por tanto solo nos quedan sus bienes patrimoniales. Aquí
sobreviven algunos de sus vestigios: Casas patronales, caminos, iglesias,
acequias, la Maestranza, etc. Hasta ahora ha sido posible tener
estos vestigios a la vista, pero su abandono es evidente, desaparecen a un
ritmo impresionante.
Para mantener esta idea de
identidad única ha sido necesario apelar a la nostalgia de sus habitantes más antiguos,
pero al morir estos y ser minoría ante una población creciente, los recuerdos
pierden fuerza cuando no puedes ver, visitar o usar estos bienes patrimoniales.
Imponer esta identidad anacrónica
en todo, se ha convertido en una constante y velada censura a la cultura y a
los artistas locales (en una ciudad, donde curiosamente, surgen gran cantidad
de artistas, con o sin apoyo oficial). La identidad única, infantiliza, niega las capacidades de la gente.
Su uso obsesivo nos ayuda poco a
comprender los últimos tiempos, que definen sustancialmente el San Bernardo de
hoy. Es este mismo pasado, el que se usa para no hablar de otras épocas, de
otros imaginarios.
Con este pasado se obstruye la construcción de una identidad
cultural, que interprete a las actuales y nuevas generaciones, sobre todo a los
sectores populares.
Con esta identidad del recuerdo,
se nublan los problemas presentes, se niegan las posibilidades de cambios
profundos.
Menos aún, nos ayuda a hacernos
preguntas, o a comprender la sociedad en que vivimos. Temas como Género, diversidad, desigualdad,
sexualidad, tecnología, ciencia, educación, cultura, medio ambiente, DD. HH… No
pueden existir en una cultura estática, en un imaginario de museo abandonado.
EL PASADO DORADO EN DEMOLICIÓN

Queda así en evidencia que su
modelo de identidad local, no ha sido más que un conjunto de frases. Solo se ha
jugado con nuestra memoria emotiva.
La identidad del pasado se ha
convertido hoy, en el truco publicitario usado para promover las inversiones
que destruyen o deforman esta y otras identidades.
“San Bernardo ya no es el mismo” se dice,
¿Pero quién mando demoler el patrimonio y la identidad de San Bernardo, que
tanto dicen defender? ¿Si no fue el latifundio, si no fue la dictadura, si no
fue la economía de mercado, si no fueron los gobiernos, si no fue el municipio,
si no fueron los negociados, si no fue su partido?… ¿Quién?
Durante más de tres décadas no
importo saber. Había que seguir creyendo y difundiendo la devoción por la
identidad del pasado, aunque se nos viniera el siglo XXI encima. Porque
distraía del presente, de los temas difíciles, porque llenaba un vacío de
identidad local necesario, porque rendía electoralmente, porque calzaba con la
inversión privada, porque servía para todo.
El pasado dorado ya no era solo
publicidad, había sido desde mucho antes, y hoy más que nunca, una estrategia
más de propaganda política.

LOS MODELOS SOCIALES ECONÓMICOS DE LA CIUDAD
Malas noticias: San Bernardo ya
no es, ni volverá a ser aquel pueblito rural, ni la villa señorial para el
veraneo de la aristocracia santiaguina, ni tampoco la villa industrial de
obreros privilegiados.
Los acontecimientos del país
y sus cambios de modelo, le influyeron y
le influyen directamente.
Comprender que la ciudad no es
una isla, nos ayudaría a aceptar que los ciudadanos de San Bernardo se han
quedado hoy sin proyecto social propio. El último proyecto, el industrial
ferroviario, fue silenciado, acribillado y hecho desaparecer.
El único proyecto existente,
omnipresente, e impuesto desde afuera, es el imperio de las grandes empresas.
Inversionistas de todo tipo, ven en la comuna una plaza libre, con escasas
regulaciones para contratar mano de obra barata e instalar sus malls,
industrias contaminantes, villas,
condominios enrejados, u obras de ingeniería invasivas y segregadoras.
¿Quién defiende el patrimonio de
la ciudad entonces? Al parecer todos. Quienes lo añoran y quienes lo destruyen
y viceversa. Es decir, quienes lo defienden también lo destruyen y quienes no
lo destruyen, tampoco lo defienden tanto.
Todos ellos creen que este
patrimonio les pertenece a todos. Con facilidad
levantan slogans como “San Bernardo defiende su patrimonio”, suponiendo
que estos temas son prioritarios y de apoyo masivo, cuando no lo son.
En los mayoritarios sectores
populares este discurso no prende. Incluso en sectores medios, los vecinos
comienzan a darse cuenta que la propia idea de Patrimonio es en sí un gran
mito. Cuando ven que no cuaja en hechos
concretos, cuando ven que solo las excavadoras avanzan, mientras las viejas
locomotoras y los viejos edificios desaparecen en el óxido, con la eterna promesa
de ser preservados.
Pero el mito del patrimonio no es
solo el peligro de su destrucción, aquella amenaza que alimenta la promesa de
protegerlo, sino que es la supuesta intención de que estos bienes patrimoniales
serán heredados a las nuevas generaciones, sin distinción de clase social.
Es difícil creer en quienes
levantan las banderas del patrimonio, cuando no levantan de la misma forma los
temas sociales…
La intención de proteger estos
bienes y el imaginario de recuerdos que los rodea, no se traduce en beneficio
para la población postergada de la ciudad. La promesa de restauración
conservación y apertura es una constante en el tiempo. Y si se llegara a hacer
algo con estos bienes, presume administraciones elitistas, usos restringidos,
usos no comunitarios.
Comienza a surgir una legítima
desconfianza sobre esta vocación patrimonial. Una pregunta lógica es: ¿Si no se
defendió antes el patrimonio, porque ahora van hacerlo?
Por años parecía creíble que una
oficialidad que defendía sus propias tradiciones, su patrimonio, sus proyectos
económico - sociales, defendería
también la memoria, las tradiciones
(supuestamente) de todos.
Hoy resulta dudoso que los mismos
sectores políticos que apoyan el modelo de mercado como solución total, serán
los defensores del patrimonio o incluso de la cultura local.
Es innegable que en muchos
vecinos existe la honesta intención de
hacer progresar esta ciudad defendiendo su cultura. Sin embargo, enfrentar la
publicidad de la alianza empresario- político, destinada a privilegiar
negociados, puede ser muy contraproducente, si se hace con consignas
simplistas, o con su mismo ideal de pasado.
En otras palabras; Si los dueños
de la ciudad nos imponen sus negocios, levantando la consigna del pasado
dorado, no funciona oponerse a ellos, con la misma consigna del pasado dorado.
Es necesario revisar si nuestras
propias convicciones y formas de oponernos a los proyectos invasivos, no cae en
una extrema ingenuidad. Las lindas locomotoras antiguas que añoramos, se están
convirtiendo fácilmente en crueles retroexcavadoras. Al invocar modelos tan manoseados y al no dar
consistencia política como fuerzas sociales
a las demandas, corremos el riesgo de que caer en otro “cuento del
tío”.
Es necesario revisar el término "Patrimonio". Si lo que San Bernardo necesita son Bienes de uso comunitario.
Recordemos que nuestros objetivos
no son retrógrados, sino que aspiran a construir un San Bernardo mirando al
futuro, y para todos. Por lo tanto
nuestra mirada debe ser de futuro.
Con este mismo proyecto de
identidad del recuerdo, de una ciudad que ya no existe, no se puede enfrentar a
quienes vienen con sus maquetas 3 D a proyectarles un futuro magnifico a
concejales y alcaldes de turno, dispuestos a comprar cualquier futuro que sea
financiable.
Las amenazas a espacios como la
Maestranza, la Plaza de Armas, la Avenida Portales o los barrios típicos, hoy
nos dan la oportunidad de hacer una reflexión profunda de que queremos como
ciudadanos comunes para hoy y para mañana.
Si para construir nuestra
identidad cultural local, se necesita una conciencia del pasado, dado lo
compleja y contradictoria que es nuestra ciudad, necesitamos reflexionar
doblemente sobre el San Bernardo de hoy, la identidad de hoy, la cultura de
hoy.
¿Es la identidad cultural solo un
recuerdo de tiempos mejores? Queremos preservar para añorar eternamente un
pasado mejor, o queremos dar cuenta de nuestra realidad aquí ahora, para
construir una base sólida para un mejor futuro?
¿Queremos entender como
identidad, solo la cultura del San Bernardo céntrico, antiguo?, ¿Asumiremos de
una vez, que tenemos hace ya tiempo un nuevo San Bernardo mayoritariamente
periférico, popular, con carencias, que también tiene derecho a escribir su
propia historia, su propia cultura y no necesariamente debería identificarse
con todo lo que se afirma es la única
identidad de San Bernardo?
Hacernos estas preguntas, es
urgente y es gratis. Como el pasado no va a regresar, debemos construir hoy lo
que nos gustaba de ese pasado. Por ejemplo: convirtiendo la fantasía rural, en
planificación ambiental o un proyecto de cultura y tradiciones coherente con
esta época.
Podemos y debemos crear nuevos
códigos, nuevas expresiones, nuevas estrategias de respuesta a nivel local,
aquí y ahora. Podemos crear las bases de una nueva política cultural desde las
organizaciones sociales. Antes que San Bernardo triplique su población, antes
que sea demasiado tarde.