Sunday, October 26, 2014





SAN BERNARDO:

LA IDENTIDAD DEL PASADO     

Por: Mario Celis V.

Es ya común escuchar que la ciudad de San Bernardo tiene una identidad cultural propia. Pero ¿Cuál es esta identidad? Por años, artistas y antiguos vecinos han profundizado una búsqueda natural de elementos culturales en su origen y desarrollo histórico. Sin embargo, desde la llegada de la democracia, surge en las autoridades locales, de todas las tendencias gobernantes, un interés por levantar el tema cultural sobre la idea base de una identidad local única.
Esta construcción ha ido definiéndose en las últimas décadas, hasta constituir un discurso que ha sido también adoptado por instituciones privadas, uniformadas, empresas e incluso organizaciones sociales.  

El discurso es repetido una y otra vez,  sin mayor reflexión sobre su consistencia. Desmenuzaremos a continuación sus trasfondos y como abordar con lucidez un tema tan etéreo como la identidad.

EL “PASADO DORADO” DE
SAN BERNARDO

El discurso de la identidad sanbernardina que ha sido instalado, evoca y alaba hasta la saciedad, los símbolos de una “era dorada” de San Bernardo. Esta era, en rigor, no aparecería con sus primeros habitantes indígenas, ni con la presencia mapuche, ni con la convivencia del imperio del Tahuantisuyo. Tampoco con el periodo colonial ni la edificación de la villa en los albores de la independencia. Este esplendor pertenecería al periodo republicano, obviando algunos episodios incomodos.

La historia oficial local, nos cuenta datos vagos, de la vida local del siglo XIX, idealiza una llamada era de oro intelectual a principios del siglo XX y luego da un salto hasta la segunda mitad del mismo siglo, al desarrollismo del periodo republicano. Cuando en torno a la creciente escolarización de la ciudad y la presencia Ferroviaria, surgen otros talentos que también entran al panteón de los ilustres y alargan la era. Del resto no sabemos casi nada, pero parece muy poco probable que no existieran artistas y que estos no transitaran por los márgenes. Es obvio que existió una fuerte cultura popular, que no fue, ni es, suficientemente estudiada y considerada como patrimonio cultural de la ciudad.

Luego viene otro salto histórico: los vertiginosos cambios y pugnas políticas del país de fines del siglo XX. Mientras esto pasaba, San Bernardo era cuna del desarrollo de la investigación y creación folclórica en los años 50 y 60 y 70. Su análisis y difusión es otra deuda.

Del Chile de la Unidad Popular, del golpe de estado, del periodo de dictadura, e incluso del periodo de transición democrática, se evita toda referencia. La censura y las vicisitudes de los trabajadores de la cultura durante el periodo militar, el regreso de los centros culturales, la cultura poblacional, son aún enormes páginas en blanco.

Estos periodos ausentes, pueden ser incorporados a la idea de una villa ideal, pero no son el centro de esta idea de esplendor.

He aquí los imaginarios que componen esta identidad única. Tres dimensiones de un mismo cuerpo: 

El Imaginario Aristocrático: Es el recuerdo borroso e idealizado del San Bernardo “señorial”, donde la aristocracia del siglo IXX, vacaciona y comparte tertulias junto al piano. Convertida en lugar de veraneo, la villa de construcción de adobe y tejuela, es decorada con nuevas casas patronales, que ostentan baldosas, maderas nobles y estatuas. Sin embargo, la verdad es que nunca hubo grandes palacios, y las pocas casas que llegaron en pie al siglo XX, fueron también demolidas o mal conservadas.

La vida aristocrática termina desvaneciéndose, el balneario de las familias pudientes se traslada a Cartagena. Nuevas familias que no pertenecen a estas castas, hacen riqueza. Inmigrantes árabes dedicados al comercio modernizan el centro. Españoles, alemanes, italianos, participan de una nueva estructura social que toma forma y aporta a la modernización de la ciudad.

El imaginario Rural: Aquella nostalgia que no acepta que el modelo rural feneció, ni entiende porqué.  Este imaginario es también aristocrático, pues proviene de la aristocracia del latifundio. Añora el aspecto rural del San Bernardo antiguo, pero desconoce los cambios y su origen.

Como en todo Chile, la vida se ordena en torno al fundo. Con migraciones de zonas agrícolas aumenta la población. El modelo de vida campesino comienza a convivir con el modelo industrial,  transformando al pueblo apacible, en una ciudad modernizada.

Tras el golpe del 73, la reforma agraria es reducida a su mínima expresión, pero la vida en torno al fundo no regresa. Los campos son entregados al modelo exportador. Parcelas de monocultivo, plantas de procesamiento frutícola, frigoríficos, faenadoras de pollo y cerdo, decoran ahora el entorno a la ciudad. La actividad agrícola de grandes hacendados y pequeños parceleros, disminuye hasta casi desaparecer. Las chacras se transforman en parcelas de agrado.  Allí ya no se plantan nuestras hortalizas, ni se cría el caballo alazán, ni se canta con guitarra bajo el parrón. Las carretas repartidoras de leche, ya no trotan por las calles, el agua ya no corre por las acequias. Ponchos, mantas y espuelas ya no serán atuendo cotidiano, sino un ocasional disfraz.

El Imaginario ferroviario: Es la añoranza por el esplendor de Maestranza Central. Hay un fuerte lazo entre dos o tres generaciones de obreros y sus descendencias. Sin embargo de su último periodo no se habla. Sobre los crímenes y estafas se guarda contenido silencio. El debate sobre el futuro de sus galpones es postergado, bajo una memoria estancada en la añoranza y que no se hace cargo de las causas de su final y abandono. Al promover una memoria con mala memoria, menos podría construirse una voluntad para convertir estos espacios en un bien útil de uso comunitario, con respeto a la memoria.




 CULTURA
MUNICIPALIZADA

Al igual que la educación y la salud, la oficialidad local, administra la cultura en la lógica de la municipalización. Paralelo a las políticas del ministerio de cultura, se establece una agenda errática, al servicio de una avasalladora política de marketing de la gestión municipal. La planificación de políticas culturales es inexistente, menos aún la construcción de un proyecto cultural comunal.
El municipio, bajo administración UDI, ha redoblado esfuerzos para imponer ideas fuerza como “La Capital del folclore”, “Una comuna con abundante vida cultural”, “ciudad de poetas”, “capital ferroviaria”, “una comuna con todas sus tradiciones vivas”, “ la recuperación del 18 chico y la fiesta de la primavera”, “Aquí el folclore se vive todo el año”, etc. Slogans  que a la vista de gente de otras comunas suenan algo exageradas, chauvinistas, poco realistas, con vago sustento histórico o científico. Pero lo más evidente es que en su mayoría se trata de puestas en escena, recreaciones, muy poca cultura viva, libre, creada o gestionada por la gente.

Para esto se despliegan grandes recursos, toda la tecnología, publicidad y marketing hoy disponible. La identidad cultural irrumpe con enormes parlantes. Nadie puede negar que aquí se respira cultura.



 

CULTURA PARA LOS SIN CULTURA

La cultura oficial no cree en cultura hecha por la gente común, pues la cultura, o la “alta cultura” es solo lo que hicieron otros en el pasado, aristócratas, gente excepcional del siglo XIX.

Como un gran porcentaje de las familias sanbernardinas, no vivió este “pasado de oro”, se encontraría, según esta mirada, en una carencia cultural e identitaria. De ahí la idea de difundir rescatar y revivir esta cultura del pasado. 

Tras una noble intención, un enfoque discriminador. Estos habitantes, sin al menos un pariente lejano ilustre, o ferroviario, no tendrían cultura propia. Al convertirse en sanbernardinos deberían adoptar esta identidad y negar cualquier cultura que les pudiera pertenecer por herencia de su origen, o  cualquier construcción identitaria como pobladores de villas o como habitantes del siglo XXI, en una ciudad en expansión.

Esta idea que supone a los “nuevos vecinos”, o “nuevos sanbernardinos”, como gente sin cultura, ni pasado,  tal vez explicaría la necesidad de la oficialidad de “repartir” su cultura a esta comunidad sin voz, como quien reparte leche, frazadas, globos.  Se les reduce a espectadores de eventos, de entretención liviana, masiva. Se les “mangueréa” la cultura, mientras aún no estén aptos para entrar a la piscina a darse un baño de cultura mayor.

Un estandarizado folclore se ensalza por sobre otras expresiones y también se entrega gratuitamente  en formatos masivos, en serie, repetitivos, controlados.

Para quienes si pueden acceder, hay una oferta de eventos reducidos, para la afición musical o literaria local.  Allí puede encontrarse algo de arte. Pero principalmente se fomenta un arte que preserve tradiciones, que contemple, que añore, que no cuestione, un arte servicial, un arte “positivo”, “que muestre lo bueno y no lo malo”, como afirma la autoridad.

Se recuerda el pasado, pero solo cierto pasado. Se desconocen las últimas décadas como décadas de valor cultural. Se da vuelta sobre los mismos temas, los mismos nombres. El eterno homenaje y las efemérides obstruyen la expresión artística. La mirada contemporánea brilla por su ausencia. Se le llama “alta cultura”, pero se mantiene a kilómetros de distancia del quehacer cultural y del arte profesional hoy en Chile.

Sabemos que el arte, si para algo sirve, es para para hacernos preguntas y esto no es posible con un arte que anula cuestionamientos e impone respuestas únicas.

Pero esta adaptación del arte para otros fines, es una constante de toda época y gobernante. Supongamos que no podemos cambiarla. Aun así, podemos poner atención en un punto más abordable en nuestra cotidianeidad local y que nos es propio: La identidad cultural.

 

PASADO PARA NUBLAR PROBLEMAS, PASADO PARA ESTANCAR LOS CAMBIOS

Como la identidad cultural de la ciudad se supone ya existe, casi nadie se atreve a cuestionarla o pensar que nuestra ciudad pudiera tener otras identidades, o bien no tener identidad propia. Las obras o iniciativas que apuntan a crear una identidad local de época con otros códigos, o aquellas que osan abordar temas de la sociedad del siglo XXI, no parecen tener aún un espacio en nuestra conservadora comuna.

Pero el problema no es el pasado, cuyo conocimiento resulta sumamente interesante, sino la utilización de este. La instalación de este imaginario de memoria e  identidad cultural totalizante como el único posible.

Se trata de crear la fantasía de que la historia, está siendo recuperada, o que  modelos culturales extintos siguen aún vivos.  Por lo que sabemos, esta cultura no vive hoy, es de otra dimensión. Por tanto solo nos quedan sus bienes patrimoniales. Aquí sobreviven algunos de sus vestigios: Casas patronales, caminos, iglesias, acequias, la Maestranza, etc. Hasta ahora ha sido posible tener estos vestigios a la vista, pero su abandono es evidente, desaparecen a un ritmo impresionante.

Para mantener esta idea de identidad única ha sido necesario apelar a  la nostalgia de sus habitantes más antiguos, pero al morir estos y ser minoría ante una población creciente, los recuerdos pierden fuerza cuando no puedes ver, visitar o usar estos bienes patrimoniales.
 
Imponer esta identidad anacrónica en todo, se ha convertido en una constante y velada censura a la cultura y a los artistas locales (en una ciudad, donde curiosamente, surgen gran cantidad de artistas, con o sin apoyo oficial). La identidad única, infantiliza, niega las capacidades de la gente.

Su uso obsesivo nos ayuda poco a comprender los últimos tiempos, que definen sustancialmente el San Bernardo de hoy. Es este mismo pasado, el que se usa para no hablar de otras épocas, de otros imaginarios.
Con este pasado se obstruye la construcción de una identidad cultural, que interprete a las actuales y nuevas generaciones, sobre todo a los sectores populares.
 

Con esta identidad del recuerdo, se nublan los problemas presentes, se niegan las posibilidades de cambios profundos.

Menos aún, nos ayuda a hacernos preguntas, o a comprender la sociedad en que vivimos.  Temas como Género, diversidad, desigualdad, sexualidad, tecnología, ciencia, educación, cultura, medio ambiente, DD. HH… No pueden existir en una cultura estática,  en un imaginario de museo abandonado.

 



EL PASADO DORADO EN DEMOLICIÓN

Contradictoriamente este pasado dorado es destruido, sin culpa, por la misma clase política, autoridades, inversionistas e instituciones a su servicio, que pregonan la belleza insuperable de estas épocas. Cada vez que surge una buena oferta para levantar alguna mole que ofrezca beneficiar a una firma privada, a cambio de buenas patentes, iluminar un peladero, o aumentar algo el subempleo; no se inmutan para subastar cualquier bien patrimonial, en tiempo record y con las mínimas exigencias, al borde de la normativa.

Queda así en evidencia que su modelo de identidad local, no ha sido más que un conjunto de frases. Solo se ha jugado con nuestra memoria emotiva.

La identidad del pasado se ha convertido hoy, en el truco publicitario usado para promover las inversiones que destruyen o deforman esta y otras identidades.

 “San Bernardo ya no es el mismo” se dice, ¿Pero quién mando demoler el patrimonio y la identidad de San Bernardo, que tanto dicen defender? ¿Si no fue el latifundio, si no fue la dictadura, si no fue la economía de mercado, si no fueron los gobiernos, si no fue el municipio, si no fueron los negociados, si no fue su partido?… ¿Quién?

Durante más de tres décadas no importo saber. Había que seguir creyendo y difundiendo la devoción por la identidad del pasado, aunque se nos viniera el siglo XXI encima. Porque distraía del presente, de los temas difíciles, porque llenaba un vacío de identidad local necesario, porque rendía electoralmente, porque calzaba con la inversión privada, porque servía para todo.

El pasado dorado ya no era solo publicidad, había sido desde mucho antes, y hoy más que nunca, una estrategia más de propaganda política.

 

 

LOS MODELOS SOCIALES ECONÓMICOS DE LA CIUDAD

Malas noticias: San Bernardo ya no es, ni volverá a ser aquel pueblito rural, ni la villa señorial para el veraneo de la aristocracia santiaguina, ni tampoco la villa industrial de obreros privilegiados.

Los acontecimientos del país y  sus cambios de modelo, le influyeron y le influyen directamente.

Comprender que la ciudad no es una isla, nos ayudaría a aceptar que los ciudadanos de San Bernardo se han quedado hoy sin proyecto social propio. El último proyecto, el industrial ferroviario, fue silenciado, acribillado y hecho desaparecer.

El único proyecto existente, omnipresente, e impuesto desde afuera, es el imperio de las grandes empresas. Inversionistas de todo tipo, ven en la comuna una plaza libre, con escasas regulaciones para contratar mano de obra barata e instalar sus malls, industrias contaminantes, villas,  condominios enrejados, u obras de ingeniería invasivas y segregadoras.

 

¿EL PROBLEMA DEL PATRIMONIO,  NO SERA LA MISMA IDEA DE PATRIMONIO?

¿Quién defiende el patrimonio de la ciudad entonces? Al parecer todos. Quienes lo añoran y quienes lo destruyen y viceversa. Es decir, quienes lo defienden también lo destruyen y quienes no lo destruyen, tampoco lo defienden tanto.  

Todos ellos creen que este patrimonio les pertenece a todos. Con facilidad  levantan slogans como “San Bernardo defiende su patrimonio”, suponiendo que estos temas son prioritarios y de apoyo masivo, cuando no lo son.

En los mayoritarios sectores populares este discurso no prende. Incluso en sectores medios, los vecinos comienzan a darse cuenta que la propia idea de Patrimonio es en sí un gran mito.  Cuando ven que no cuaja en hechos concretos, cuando ven que solo las excavadoras avanzan, mientras las viejas locomotoras y los viejos edificios desaparecen en el óxido, con la eterna promesa de ser preservados.

Pero el mito del patrimonio no es solo el peligro de su destrucción, aquella amenaza que alimenta la promesa de protegerlo, sino que es la supuesta intención de que estos bienes patrimoniales serán heredados a las nuevas generaciones, sin distinción de clase social.

Es difícil creer en quienes levantan las banderas del patrimonio, cuando no levantan de la misma forma los temas sociales…

La intención de proteger estos bienes y el imaginario de recuerdos que los rodea, no se traduce en beneficio para la población postergada de la ciudad. La promesa de restauración conservación y apertura es una constante en el tiempo. Y si se llegara a hacer algo con estos bienes, presume administraciones elitistas, usos restringidos, usos no comunitarios.

Comienza a surgir una legítima desconfianza sobre esta vocación patrimonial. Una pregunta lógica es: ¿Si no se defendió antes el patrimonio, porque ahora van hacerlo?

Por años parecía creíble que una oficialidad que defendía sus propias tradiciones, su patrimonio, sus proyectos económico - sociales,  defendería también  la memoria, las tradiciones (supuestamente) de todos.  

Hoy resulta dudoso que los mismos sectores políticos que apoyan el modelo de mercado como solución total, serán los defensores del patrimonio o incluso de la cultura local.

Es innegable que en muchos vecinos  existe la honesta intención de hacer progresar esta ciudad defendiendo su cultura. Sin embargo, enfrentar la publicidad de la alianza empresario- político, destinada a privilegiar negociados, puede ser muy contraproducente, si se hace con consignas simplistas, o con su mismo ideal de pasado.

En otras palabras; Si los dueños de la ciudad nos imponen sus negocios, levantando la consigna del pasado dorado, no funciona oponerse a ellos, con la misma consigna del pasado dorado.

Es necesario revisar si nuestras propias convicciones y formas de oponernos a los proyectos invasivos, no cae en una extrema ingenuidad. Las lindas locomotoras antiguas que añoramos, se están convirtiendo fácilmente en crueles retroexcavadoras. Al  invocar modelos tan manoseados y al no dar consistencia política como fuerzas sociales  a las demandas, corremos el riesgo de que caer en otro “cuento del tío”. 
Es necesario revisar el término "Patrimonio". Si lo que San Bernardo necesita son Bienes de uso comunitario.

Recordemos que nuestros objetivos no son retrógrados, sino que aspiran a construir un San Bernardo mirando al futuro,  y para todos. Por lo tanto nuestra mirada debe ser de futuro.

Con este mismo proyecto de identidad del recuerdo, de una ciudad que ya no existe, no se puede enfrentar a quienes vienen con sus maquetas 3 D a proyectarles un futuro magnifico a concejales y alcaldes de turno, dispuestos a comprar cualquier futuro que sea financiable.

Las amenazas a espacios como la Maestranza, la Plaza de Armas, la Avenida Portales o los barrios típicos, hoy nos dan la oportunidad de hacer una reflexión profunda de que queremos como ciudadanos comunes para hoy y para mañana.

Si para construir nuestra identidad cultural local, se necesita una conciencia del pasado, dado lo compleja y contradictoria que es nuestra ciudad, necesitamos reflexionar doblemente sobre el San Bernardo de hoy, la identidad de hoy, la cultura de hoy.

¿Es la identidad cultural solo un recuerdo de tiempos mejores? Queremos preservar para añorar eternamente un pasado mejor, o queremos dar cuenta de nuestra realidad aquí ahora, para construir una base sólida para un mejor futuro?

¿Queremos entender como identidad, solo la cultura del San Bernardo céntrico, antiguo?, ¿Asumiremos de una vez, que tenemos hace ya tiempo un nuevo San Bernardo mayoritariamente periférico, popular, con carencias, que también tiene derecho a escribir su propia historia, su propia cultura y no necesariamente debería identificarse con todo lo que se afirma es la única  identidad de San Bernardo?

Hacernos estas preguntas, es urgente y es gratis. Como el pasado no va a regresar, debemos construir hoy lo que nos gustaba de ese pasado. Por ejemplo: convirtiendo la fantasía rural, en planificación ambiental o un proyecto de cultura y tradiciones coherente con esta época.

Podemos y debemos crear nuevos códigos, nuevas expresiones, nuevas estrategias de respuesta a nivel local, aquí y ahora. Podemos crear las bases de una nueva política cultural desde las organizaciones sociales. Antes que San Bernardo triplique su población, antes que sea demasiado tarde.